Oda en prosa al valor clásico del paisaje alicantino

FRANCISCO DE SALINAS | REA nº 13 | Publicado en Octubre de 2014

Son numerosas las obras plasmadas por ese pintor menudo, sencillo, que quiso ser transparente a lo social de la vida artística pero tan permeable al entorno, nuestro querido y desconocido Lledó, son numerosas, decía, las obras sobre Aitana, un evocador paisaje de la naturaleza alicantina, a veces directamente, otras como un eco obvio para quienes conocemos la provincia, que ha atraído desde otros tiempos como habitantes, a veces de paso, a toda una tradición literaria, musical o plástica con una vena paisajística de tanto renombre como Gabriel Miró, Oscar Esplá, Juan Vidal, Emilio Varela, Artur Balder, Juan Gil-Albert, o Joan Castejón. Un entorno singular como es la altanería del paisaje aitanero, y de especial belleza que cuenta con nombres tan propios el Peñón Mulero, Partegat…

…el Paset de Sella, el Pas del Arc, el Contador, Taragina, el Peñón Divino, el Pas de la Rabosa, les Peñes que parlen, el Molí, el Trestellador, el Mas de Mona…

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Todo este entorno y belleza contrasta con los datos que manejamos actualmente. Alicante es la cuarta provincia más poblada de España y una de las que más ha sufrido la fiebre del impacto urbanístico de los últimos años. La línea de costa de Alicante es la segunda más edificada de todo el Mediterráneo, con más del 40% de la línea de costa construida. La problemática que aqueja a este territorio es una muestra amplificada del resto del litoral: destrucción del paisaje natural, contaminación por vertidos de urbanizaciones, gran impacto en el puerto y el tráfico marítimo de recreo y comercial, la pérdida de las playas, que son rellenadas de arena cada año de forma artificial -últimamente incluso con arenas de procedencia continental-, problemas de suministro de agua… La costa alicantina es ya un cinturón de hormigón, mal que aqueja al resto de la Comunidad Valenciana y que resulta en una saturación de la costa que ya ha tenido efectos negativos importantes sobre el turismo, que puede empezar a buscar otros destinos menos masificados y de mayor calidad paisajística y ecológica.

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No es difícil saber ahora por qué las zonas costeras no han recibido la denominación de Paraje Natural Municipal y Paisaje Protegido, y los tiempos de reacción ante el incendio del parque del Montgó el pasado mes fatídico han sido lentos. Parques Naturales en Alicante tenemos el Macizo del Montgó, el Peñón d’Ifach, las Salinas de Santa Pola y Serra Gelada. Reservas Naturales, la Reserva Natural del Cabo de San Antonio y la Reserva Marina de la Isla de Tabarca. Son pocos, muy pocos los lugares a lo largo de todo el territorio nacional que han atesorado tanta belleza y atraído a tanto turismo tempranamente. Hoy es casi imposible fotografiar el paisaje sin mostrar estructuras artificiales. Por ejemplo las dunas de Guardamar, del Carabasí y los acantilados de Jávea y Serra Gelada, aún conservan algunos de los valores naturales y paisajísticos, un ápice de toda la trama poética que rezumaba esa exuberante virginidad en eras pasadas, aunque sufren enormes presiones urbanísticas. Los chalets, que con sus muros han absorbido los mojones del dominio de costas, han proliferado irremediablemente. Los terrenos que miran sobre el mar en esos acantilados son caros como los ojos de un dios, pues tal es la vista que ofrecen. Hay un gran número de zonas que son irrecuperables a pesar de constituir enclaves de un valor paisajístico enorme que solo queda en la memoria de algunos libros afortunados. La literatura, emisaria secreta, malentendida y tan solícita, nos deja a través de las descripciones de nuestros autores clásicos un pálpito que supera al de la fotografía histórica, pues el perdurar es una eevanescencia en la memoria del lector, atrevido, raro, inquieto.

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Además de la mano del capitalismo, la mano del hombre, en la sierra Mariola y otras muchas, han sufrido en los últimos años las agresiones de los incendios intencionados, mermando su valor ecológico y medioambiental, como citábamos hace poco el del Montgó, que también quedará como crimen sin castigo. Es en este punto donde me gustaría hacer una pequeña reflexión. La pena máxima por incendios intencionados se elevó en septiembre del 2012 de 5 a 9 años de cárcel, tan solo el 3% de los incendios son naturales y en la mayoría se deben a rayos; ¿acaso es menos grave terminar con toda forma de vida animal y/o vegetal de varias hectáreas a la redonda, dejando carbonizada una tierra que todos compartimos, con todas las consecuencias que ello conlleva, que cualquier delito de terrorismo? Considero muy insuficiente la pena máxima, que en muchas ocasiones no se cumple ni a la mitad, pues es otra forma más de terrorismo contra nuestro legado más preciado, nuestra riqueza interior, y el sistema legal es tan flojo como tolerante. Ha no mucho un hombre ha provocado un incendio arrasando más de 2000 hectáreas en Andratx, Mallorca, al dejar brasas aún encendidas en un campo; el individuo alega que creía que estaban apagadas, y con eso bastará, seguro, para exonerarlo en gran medida. Si lo que cuenta son los hechos, posiblemente no hubiera intencionalidad, pero si dejamos pasar cada uno de estos «descuidos» sin más el resultado es una pérdida de lo público. Así, el castigo valioso. Se habría asegurado de que las brasas estaban apagadas si hubiese vivido en una sociedad en la que esa clase de descuidos acarrease graves penas, de eso no nos cabe la menor duda.

Sin embargo y muy al contrario de lo que ocurre en la zona costera, en los valles y montañas se produce todavía una armonía, aunque imperfecta, entre el medio natural y los núcleos urbanos. Es curioso que esta zona, la más protegida y menos castigada por el imperio capitalista, sea la menos conocida incluso por los propios alicantinos. Encontramos recónditos lugares en los valles como el de Gallinera, donde aún podemos apreciar la huella que dejaron los moriscos que tantos años se asentaron en estas tierras y que se puede apreciar en la propia toponimia de los pueblos y en los restos de antiguos castillos. Abundan aquí el pino carrasco y los rodales de encinas, mientras en las zonas con más humedad y abrigadas crece el lentisco, la coscoja y el palmito…. Y allí quiero quedarme, leyendo mis libros favoritos de los autores de mi tierra…

Alicante no solo es pueblo de siesta eterna y deliciosa; blando, rubio y calentado por el buen sol; es también nido y morada de genios.

Gabriel Miró.

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