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Falleció Jose Mari Manzanares, genio del arte taurino y máximo representante en Alicante de la cultura del ruedo

FRANCISCO DE SALINAS | REA nº 13 | Publicado en Octubre de 2014

La familia no ha dado muchos detalles, aunque muchos alicantinos nos sintiésemos, en cierto modo, también familia del diestro. Jose Mari Manzanares, máximo exponente de su saga taurina, ha abandonado este mundo. Y lo ha hecho a su manera: sin miedo, sin avisar, sin dar explicaciones. El que ha sido uno de los más grandes genios del toreo, quien nos regalara tardes gloriosas y ayes de espanto con su espada y con su sonrisa, ése ya no está entre nosotros.

Seguro que no sucedió a las cinco de la tarde, rememorando los versos de Lorca, pero fue y ha sido, y ya no volverá. Con pasión se habla del amigo, del admirado, del que ha regalado arte de verdad hasta el último día de su vida. Porque sobran los toreros «achulaos», los valientes de tercera que, junto a unos redaños monumentales, no pueden exhibir la elegancia, la astucia, la inteligencia y el saber hacer de los que hizo gala durante toda su vida Jose Mari Manzanares.

Manzanares, amigo mío, amigo nuestro, alicantino terrible; elegante, con figura, de bravía y con trueno en los ojos, un genio de la espada y un puntero de la estocada. Porque los que te hablábamos en la plaza, a los que siempre diste buenas palabras, éramos también tus amigos. Manzanares, el grande, el verdadero, no sabía de glamour ni de chiquilladas ni de modelos, y no le iban los chascarrillos de esta época moderna que no va a ninguna parte, verónicas aparte y todo el arte con el que se hagan. Porque Jose Mari era un hombre de raza, un actor de carácter, con método de verdad y la técnica de un maestro y lo demás le importaba, se le veía en los ojos, poco más que un bledo: la sociedad, las revistas, las autoridades, los chismorreos… Ni si ni no ni todo lo contrario, eso decía su cara. El destino estaba en su mirada, había grandeza, y así toreaba, y así vivía, con grandeza, conteniendo su conocida cólera para dominar el momento en el que, bien lo sabía, se jugaba la vida a cambio del arte.

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Y quiero recordar una de aquellas conversaciones que tuvimos, una cosa que nunca se me olvidó, lo que nos dijo: «Cuando estáis ahí disfrutando alrededor yo pienso que me voy a jugar todo, la vida. Es muy diferente lo que se siente aquí abajo, y termina por apartarte un poco, ya sabes…» Ya sabemos, José Mari Manzanares, y desde aquel día para mi ir a los toros ya no fue lo mismo. Seguí disfrutando, pero con mayor respeto que nunca antes, pues aquellas palabras y aquella mirada que mataba me dejaron entender lo que pasa por el alma del torero inteligente, que quiere entrar, quiere darlo todo en arte, y quiere salir vivo y disfrutar de su conquista.

Con éste óbito se despide uno de los grandes hombres de Alicante, y deja el listón muy alto en su arte taurino pero, también, en el arte de la vida, porque supo vivir, y vivir bien, y hacer las cosas bien hechas, hasta el final. A hombros has salido del ruedo de la vida, y ahí te quedas ya por siempre, amigo.

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