JAVIER TOMAS | REA | Publicado en Noviembre de 2014
Cuando vinieron los cuervos, la ciudad se oscureció bajo sus alas. Posados en lo alto del castillo, las vistas del territorio les iluminaron los ojos y, con un leve movimiento de sus negras plumas, la bandada hambrienta y de mirada fija en el suelo se alzó toda a una sin más meditar. En un despegue amenazador, cientos de alas de tonos carbón se elevaron sobre Akra; el viento, esclavo de los deseos de aquél escuadrón de ojos idos y cenizos, dejó que las plumas se posaran en calles, parques, edificios, teatros… Y, como ese tizne al que se parecían, todo quedó cubierto de hollín, de suciedad y de olor a estancamiento, a corrupción…
Una vez hecha suya la ciudad, los cuervos, aun danzando como locos por el aire, se agruparon de nuevo en lo alto del castillo y, en un círculo que solamente presagiaba codicia, los rostros, las plumas de las aves, sus ojos, comenzaron a cambiar hasta que, finalmente, tomaron toda la apariencia de los buitres más salvajes. Akra ya se enterraba bajo el fino polvo negro del vuelo inconsciente de los ávidos cuervos, así que llegaba el momento de cambiar. Las aves azabache se convirtieron definitivamente en buitres; hora de comerse la caza durante tanto tiempo planeada.
Con un picado veloz a más no poder, los carroñeros se abalanzaron sobre el corazón de su presa. Aterrizaron en el pecho de su presa y comenzaron a excavar. De un plumazo, piel y carne se deshacían en jirones que acercaban, paso a paso, el dulce centro de la ciudad. A pesar de la sangre derramada por aquella captura, aún intentado respirar, los buitres afilaban sus picos con cada bocado, rasgando, hundiendo la cabeza y devorando cuanto les cabía en el buche. Pero no la matarían, sino que la harían sangrar. Dulce néctar de cemento que alimenta la ciudad…
Y así, de un plumazo negro, antiguo, demente y polvoriento, el centro de Akra se tornó un nido de buitres con cara de hormigón, con un plumaje precioso pero del color del dinero, sangrando la ciudad a escondidas sin querer parar.
Dulce néctar de todos aquellos que no vieron a los cuervos posarse en el castillo, en lo alto de la cara de ese moro que vigila desde hace tanto tiempo el mar. Dulce néctar, aquellos que no vieron las miradas de locura, la avaricia de los cuervos, preparados como asesinos en lo alto de las almenas.
Y esa cara, tallada en la piedra… una cara ahora de tristeza al ver lo poco que importan ya el mar, la vida, la piedra, al ver cómo los buitres de afán devorador, dejan Akra tan reseca como duros son sus rostros, como negras son sus alas de hormigón.
Facebook